Hamid Khosh Ayand, experto en cuestiones regionales
Eliminar a los líderes políticos y militares efectivos de Ansarolá y, como resultado, destruirlo, establecer un nuevo orden en Yemen y el Golfo Pérsico y asegurar las rutas marítimas del régimen israelí en el mar Rojo y el mar de Omán se encuentran entre los objetivos declarados de la Casa Blanca para atacar a Yemen. Estados Unidos, que bombardea Yemen con un gran volumen de ataques aéreos y a veces utilizando armas únicas que son eficaces en grandes guerras, no solo no ha logrado los objetivos declarados, sino que tampoco ha logrado proteger las profundidades de los territorios ocupados frente a los misiles y drones yemeníes.
La continuación de los crímenes estadounidenses contra el pueblo de Yemen, que se han llevado a cabo violando las normas internacionales, ha tenido importantes costes materiales y no materiales para Estados Unidos. Estos costos podrían incluir costos logísticos, diplomáticos, de reputación, y posiblemente una disminución de la popularidad de la administración Trump en la opinión pública nacional, regional e internacional.
La continuación de los ataques duros y sin precedentes estadounidenses contra Yemen enfrenta actualmente dos desafíos importantes:
Uno, las diferencias internas y la seria oposición dentro de Estados Unidos, que gradualmente se están volviendo evidentes, y seguramente tendrán consecuencias negativas para la guerra estadounidense en Yemen y la región. Por ejemplo, algunos funcionarios militares y políticos de Estados Unidos no están contentos con el uso de armas específicas contra Ansarolá, incluidos los misiles de crucero JASSM, las bombas guiadas JSOW y los misiles Tomahawk, que valen cientos de millones de dólares y se utilizan en guerras importantes y serían de importancia estratégica en cualquier posible guerra con China.
Además, algunos altos comandantes y estrategas militares estadounidenses están preocupados de que los ataques a Yemen puedan socavar la preparación del ejército estadounidense en las regiones del Indopacífico. Sin embargo, si los actuales ataques militares contra Yemen continúan sin lograr los resultados esperados, el ejército estadounidense necesitará presupuesto adicional, y no parece que el Congreso esté dispuesto a proporcionarlo.
Dos, existe una vaga perspectiva de esta agresión militar a pesar de la poderosa y sin precedentes presencia de Estados Unidos en la guerra contra Ansarolá. Washington no tiene una evaluación precisa de la situación de Ansarolá en Yemen, e incluso pese a la amplia información de inteligencia, todavía no sabe cuántas posiciones y depósitos de armas de Ansarolá ha bombardeado y cuántas armas quedan en manos de Ansarolá.
En menos de tres semanas, Estados Unidos ha gastado más de mil millones de dólares en la guerra contra Ansarolá, pero aparte de destruir varias de sus bases y matar a civiles, no ha logrado ningún resultado que tenga valor estratégico o de largo plazo que debilite o perturbe la Resistencia yemení.
Como declaró recientemente Emily Milliken, directora asociada de medios y comunicaciones en los Programas de Asia Occidental del Consejo Atlántico: “Si bien los ataques aéreos contra las bases hutíes pueden afectar su liderazgo y sus sistemas de defensa antimisiles a corto plazo, así como su capacidad operativa, los hutíes han demostrado resiliencia en el pasado y siguen siendo una ‘amenaza regional’ incluso después de los repetidos ataques de la coalición liderada por Arabia Saudí y, más recientemente, de Estados Unidos y el Reino Unido”.
La cantidad y calidad de la táctica militar estadounidense contra Ansarolá y el despliegue de buques de guerra y bombarderos estratégicos en la región, incluso si se hizo con otros fines, es tal que se debe utilizar en una guerra con grandes potencias. Pero desde la perspectiva del análisis de coste-beneficio, los resultados obtenidos en estas tres semanas han sido muy limitados, es decir, nada, comparados con los costes hechos.
Es de destacar que el poder militar y la presencia en Yemen, que debía actuar como elemento disuasorio para Estados Unidos en la región, se ha convertido en realidad en un blanco importante para los misiles y drones de la Resistencia yemení, algo que ningún país del mundo se había atrevido a hacer antes.
El solo hecho de que una organización haya disparado misiles y drones contra un barco estadounidense es suficiente para darnos cuenta de la vulnerabilidad de la disuasión de Estados Unidos en la región y del declive de su poder estratégico en el mundo, a pesar de la demostración de poder que Estados Unidos ha lanzado aprovechándose de su mayor presencia militar y sus extensas operaciones psicológicas en la región.
Considerando los informes sobre el poder militar de Estados Unidos, la resistencia de Ansarolá a Estados Unidos es admirable. La existencia de un grupo islámico tan poderoso y resistente en la región, dado su exitoso desempeño al enfrentar la agresión de la coalición saudí y su desempeño actual contra Estados Unidos, es una lección y una experiencia importante para los países árabes e islámicos.
La incapacidad de Estados Unidos y del régimen sionista para enfrentarse a Ansarolá y Hamás demostró que confiar en estos dos a largo plazo es un error de cálculo y un error estratégico que no solo no garantiza la seguridad nacional de los países árabes e islámicos, sino que también expone la seguridad y los intereses nacionales de estos países a graves amenazas, ejemplos de las cuales hemos visto en el mundo islámico en los últimos años.
La cantidad, naturaleza, profundidad y alcance de los crímenes de Estados Unidos contra los yemeníes, así como los crímenes del régimen israelí contra el pueblo de Gaza, que no tienen precedentes en la historia de la humanidad, no dejan justificación para el silencio, el apaciguamiento y la pasividad de los países occidentales e islámicos. Estos países deberían apoyar a Palestina y a Ansarolá frente a Estados Unidos y el régimen sionista.
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